February 7, 2023
EL COMIENZO Y EL FIN DEL VÍNCULO CON EL PERRO: DEL APEGO, EL DUELO Y OTRAS PASIONES (Charla dada en las Primeras Jornadas de Educación Canina Pinteña. Carmen López Siller. Psicóloga. Psicoterapeuta. Máster en etología)
¿Qué nos pasa con los perros? ¿Qué nos pasa con los perros que no sólo somos capaces de vivir juntos, sino de quererlos y, por lo que parece, que ellos se sientan bien con nosotros?
Hay varias ciencias y disciplinas que han intentado explicar qué es esto que tenemos con ellos, en qué se basa esta relación tan especial. Así por ejemplo surgió en los ´70 el término antrozoología como una disciplina que estudia las relaciones entre los animales y los humanos. O la biofilia que viene a decir que las personas tenemos una necesidad innata de estar conectados con todo lo vivo que nos rodea.
Y de eso vivo que nos rodea, hoy nos queremos centrar en los perros. Parece ser que esta buena sintonía que mantenemos con ellos es fruto de un vínculo que se ha ido estableciendo entre nosotros a lo largo de los años que llevamos conviviendo juntos, desde la domesticación del perro allá por el Neolítico. Este vínculo es un vínculo afectivo con unas características especiales que se llama vínculo de apego.
Soy consciente de que no todos cuando hablamos de perros pensamos igual y hay culturas donde la visión del perro es diferente. No es lo mismo pensar en el perro como un animal de trabajo, como una mascota, como un animal de compañía, o como lo hacemos creo los que estamos aquí, como un miembro de nuestra familia.
Pero ¿qué nos pasa con los perros? Porque con los perros nos pasan cosas curiosas. Somos capaces de renunciar a nuestro nombre y a nuestra identidad: de repente pasamos a ser “la de Tea”, “la de Shesat”, “la de Namibia”, y no tenemos identidad si no es con ellos, y si no vamos con ellos no nos reconocen: a quien de aquí no le han dicho alguna vez, “ay hija, que no te había reconocido. Como vienes sin los perros…!”. Y de repente nos vemos entrando en clanes: está el clan de los “ aquí”, el de los “toma” y el clan de los ”mira”. Y entonces nuestro perro puede ser un “Bruce aquí”, o un “Bruce toma” o un “Bruce mira”. O incluso formar parte de la gran familia noble de los “mira, toma, aquí”…
Hemos dicho que se establece una relación de apego. En una relación como esta, que es un proceso dinámico, hay dos partes, el que se apega (en este caso el perro) y al que se apega (nosotros), cuya función no es la misma.
Hoy os invito a pensar en nosotros, en cuál es nuestra parte y cuáles son las consecuencias en el perro de cómo desarrollo yo mi parte.
Vamos a empezar con unas cuantas preguntas para quien se anime a compartir:
Hemos dicho que entre los perros y los humanos establecemos un vínculo especial que es el vínculo de apego. Lo especial de esta relación es que es entre dos especies diferentes.
¿Cuándo empieza a configurarse este vínculo?
Las cosas no empiezan cuando empiezan: desde el momento en el que empiezo a pensar en introducir en mi vida, en mi familia a un compañero perruno empieza el llenado de significado emocional. Me imagino cómo será, las cosas que haremos juntos, pienso en qué nombre le pondré, le hago un seguimiento antes de que llegue a casa, veo sus fotos… Y mi sistema emocional comienza a funcionar.
Es verdad que esto que me estoy imaginando no es el perro real. Por eso es tan importante que en ese llenado de sentido no entren solo mis deseos o experiencias previas, sino datos de la realidad sobre el perro en concreto que se va a incorporar a la familia. Y por eso es tan importante reflexionar previamente, decidir con sentido, que el criterio no sea “es que le gusta al niño” o “está muy solo, un perro le vendría fenomenal”, que sea una decisión familiar conjunta, que todos entiendan al perro de la misma manera.
Esta primera configuración tiene que ir llenándose de ilusión y de responsabilidad, de información y de deseo de su llegada. La calidad del vínculo comienza aquí, comienza ya… La tenencia responsable empieza aquí, comienza ya … y la calidad que tendrá su vida comienza aquí, comienza ya…
Hemos dicho que la relación que se establece entre la persona y el perro es un vínculo de apego. Pero ¿qué es un vínculo de apego? El apego es esa conducta de búsqueda de protección de alguien mejor adaptado, que nos cuide y nos transmita seguridad cuando estamos angustiados o sentimos temor. Este tipo de apego busca la supervivencia. Es el que tienen las crías con la madre, nosotros bebés con nuestra madre (cuidador significativo) y que garantiza que cuando se producen esas situaciones de miedo o estrés hay alguien que nos va a proteger. Si estoy seguro de ello, mi capacidad para relacionarme con el entorno de forma segura aumenta.
Es verdad que con los humanos se va haciendo cada vez más complejo, pero a estos niveles de búsqueda de protección que revierte en sensación de seguridad es la misma.
Al decir que este vínculo que establecemos con los perros es el mismo que establecemos con los bebés, puede haber alguien que diga “ya estamos, humanizando a los perros”. El pobre John Bowlby, cuando a mediados del siglo XX comenzó a darle vueltas a su teoría del apego, de la que estamos hablando ahora, sufrió el comentario opuesto, ya que en su desarrollo para explicar la crianza en los humanos y las consecuencias en la misma de los comportamientos de sus progenitores, mantuvo interesantes diálogos con etólogos como Konrad Lorenz, Robert Hinde o Julian Huxley y se interesó por los trabajos de Harlows y los monos, lo que llevó a que los psicoanalistas de su época le acusaran de aplicar a los humanos lo mismo que le ocurre a los animales, es decir, que “animalizara” a los humanos.
Si hoy estamos hablando de esto, es porque, sobre todo la escuela de etología húngara, replicó el mismo experimento que se ha hecho en humanos para definir los tipos de apego
Mary Ainsworth fue una psicóloga que aportó sus observaciones directas de la relación madre-bebé realizadas primero en Uganda y más tarde replicadas en Baltimore y, también, el procedimiento estandarizado de laboratorio para observar y clasificar la relación de apego entre la madre y su hijo de entre doce y dieciocho meses: la situación extraña.
En el procedimiento de la situación extraña la madre entra y sale varias veces de una habitación, dejando a su hijo unas veces solo y otras en compañía de un desconocido. Las separaciones son muy breves. El equipo investigador graba lo que ocurre en vídeo y después lo analiza. Lo que se observa, principalmente, es la conducta del niño cuando se producen las separaciones y, sobre todo, lo que pasa en el reencuentro. El reencuentro es el indicador más claro del estado de una relación. En el caso de los perros, se ha adaptado el test de situación extraña cambiando la figura del padre/madre por la del “tutor”pero con un orden de episodios muy parecidos, pudiendo demostrarse que las respuestas eran muy similares y que los criterios del apego también están presentes en esa relación.
Los resultados muestran que “Un niño con apego seguro juega con los juguetes, se aflige cuando la madre abandona la habitación, interrumpe el juego y, de algún modo, demanda el reencuentro. Cuando la madre vuelve, se consuela con facilidad, se queda tranquilo y vuelve a jugar” (pág. 55) y que un perro con apego seguro muestra algún signo de estrés ante la separación en una situación extraña pero que al regreso del tutor lo saludan, se calman rápido y vuelven a jugar/explorar.
Es decir, también en el perro se observan los 5 requisitos de Bowlby para poder confirmar la existencia del apego, y si lo hacemos bien tendremos una relación con nuestro perro donde podremos observar los siguiente:
Es por esto por lo que decimos que entre perro y humano se establece un vínculo de apego.
¿Cuál es mi papel en la consolidación del vínculo?
Hemos dicho que si lo hacemos bien observaremos las características de un apego seguro. ¿Y qué es hacerlo bien? Cómo actúan los humanos para generar un apego seguro: pasando tiempo de calidad con ellos, acompañándolos cuando exploran y siendo sensibles a sus necesidades.
Hay dos grandes actitudes que tenemos que desplegar para poder generar este tipo de vínculo: ser predecibles y estar disponibles.
Nuestra vinculación con el perro comienza ya con las rutinas, que nos hace predecibles y a ellos tener sensación de control, e intentamos que las experiencias que comienza a tener con nosotros tengan un etiquetado emocional positivo. Desde que llegan a casa, cuando aún no han generado vínculo con nosotros. Ese vinculo se generará en pocas semanas si somos predecibles y disponibles. Los eventos predecibles no generan desconcierto. Antes se decía por ejemplo, que para tratar la ansiedad por separación tenías que romper la asociación ente los elementos que se generaban en la salida (vestirte para salir, coger las llaves…). Vamos, que había que volver un poco loco al perro saliendo con él a la calle en pijama por ejemplo a horas no establecidas, para que no asociara el chándal ni la hora con la salida (ya sé que muchos pensaréis que eso no es mucho despiste porque hay chándals que son iguales que los pijamas. Pero era así). Hoy lo que se hace es favorecer que sepan cuando vamos a salir y volvemos enseguida y cuando las salidas van a ser más largas, por ejemplo, cuando voy a trabajar, pero también volvemos. Y también tengo que ser predecible en mis reacciones y en lo que le pido: si le dejo subir al sofá no le regaño cuando lo hace en un momento en el que a mí me viene mal; si le doy comida cuando estoy comiendo, no le regaño cuando viene un invitado a casa y se la pido…
Por estar disponible me refiero a emocionalmente disponible (doy por hecho que si no tuviéramos tiempo para el perro no lo tendríamos). Por ejemplo: si mi perro está asustado y viene a mí, no le ignoro. Si entro en casa y viene a saludarme, no le ignoro. Durante mucho tiempo se dijo que al entrar a casa había que ignorares por completo hasta que se calmaran porque si no generábamos ansiedad por separación. Hoy sabemos que tienen rituales de bienvenida, de saludo, que son importantes, y que y en ese ritual estás tú.
¿Qué empieza a pasarme a mí cuando llega el perro? ¿Qué le pasa a mis sistemas motivacionales?
Y en todo esto de la llegada del perro, de estar disponibles… ¿qué cosas van ocurriendo dentro de nosotros?
En nuestra estructura psíquica comienzan a actuar distintos sistemas motivacionales para hacernos cargo del ser vivo que va ha entrado en nuestra familia.
El primero que se despliega es el de la regulación psicobiológica, que tiene que ver con proveer todo lo necesario para que la vida sea posible. En este caso: las vacunas, el alimento, el sueño, el contacto… garantizar la vida.
Desde luego el sistema de la auto-hetero conservación o cuidado. Como hemos visto, aquí hay una descompensación hacia el heterocuidado de sus necesidades porque la relación no es equitativa. En el vinculo de apego el que se apega es el perro, nosotros tenemos otro papel. Si fuera un niño sería el de la parentalización. En este caso, podemos decir que es el del cuidado responsable y afectuoso.
Aquí podríamos abrir un debate de cuáles son esas necesidades. Lo que está claro es que tiene que estar incluidos conceptos como el bienestar animal, la tenencia responsable y la calidad de vida. Existe una relación de las mismas amparadas bajo el nombre de “Las cinco libertades para el bienestar animal ” (Farm Animal Welfare Coincil, 2009), que no son exclusivas de los animales de compañía, pero sí es un buen inicio:
Aquí podríamos poner un sexto punto llamándolo otros, donde podríamos poner: no pasar demasiado tiempo solos, el juego, los paseos…
El sistema motivacional narcisista entra en juego: este tiene que ver con lo que me hace sentirme bien, valioso. Se convierten en un objeto y actividad narcisistas y cuando me veo en ellos, me siento bien. En palabras llanas, todo él y todo lo que hace agranda nuestra percepción de nosotros mismos, nos hace sentirnos bien unidos a ellos. Nos dicen: ¡”qué bonito es tu perro, qué cariñoso…”! y nos henchimos de orgullo. Y disfrutamos de los paseos con ellos, de los juegos, de actividades concretas, nos gusta pasar tiempo con ellos …y nos sentimos orgullosos. Sí, nuestro perro está incorporado en lo que nos hace sentir bien. ¿Quién no se siente valioso cuando su perro le mira, y corre hacia él cuando le ve, moviendo el rabito que parece que van a salir volando? ¿Quién no se siente especial cuando se acurruca a tu lado o te da un lengüetazo?
Otra cosa distinta es cuando nuestro ego se pone por delante y convertimos al perro en un medio para hincharlo: no estoy orgulloso de que mi perro sepa hacer algo, sino que soy yo el que ha conseguido que haga algo, soy yo el que triunfa, soy yo el que gana… y el perro… solo me sirve en la medida que consigo un resultado, y para conseguirlo, el medio es lo de menos. Aquí no hay vinculación, aquí hay utilización narcisista.
Y sobrevolando y complementando a todos esos sistemas motivacionales, está nuestra capacidad de vinculación, que hace que nuestra predisposición a hacer todo esto tenga un matiz especial. Es el que hace que en el sistema de la regulación psicobiológica nos demos cuenta a los tres segundos de que a mi perro le pasa algo porque no está con la alegría de siempre, o parece que anda más despacio, o está más irritable y busquemos cómo ayudarle; es el que hace que en el sistema auto-.heterocuidado decidamos inhibir nuestras necesidades y cuando llegamos cansados del trabajo y nuestro perro lleva ya unas horas sin salir, decidamos que aunque estemos agotados o nos estemos haciendo pis (bueno, si es esto último podemos hacerlo, seguramente acompañados) es nuestra obligación encargarnos de sus necesidades. Comida, paseo, afecto. Y luego nos ocuparemos de las nuestras.
Y es el que hace que en nuestro sistema narcisista si hemos visto que no disfruta en una actividad no nos empeñemos en seguir haciéndolo sólo para agrandar nuestro ego.
Y todo este sistema vincular nos hace hacer cosas que facilitan esta sintonía entre nosotros y ellos: una mezcla entre la regulación psicobiológica, el cuidado por la vida y el cuidado, y es por ejemplo cómo les hablamos. Solemos usar la misma forma que usamos para dirigirnos a los bebés, y que permite una interacción fundamentalmente emocional que implica a los dos. Nuestro lenguaje tiene una entonación exagerada que apela directamente a la emoción, como hacemos con los bebés, porque tanto los bebés como los perros entienden perfectamente el contexto emocional. Y es su respuesta ante nuestra forma de hablar lo que dispara de nuevo nuestro sistema de protección, de filiación. Comienza una conversación en la que lo que se dice es lo de menos: lo importante es que es ese juego el que nos lleva a querer ser accesibles para ellos a nivel también emocional, a querer protegerles, y a disfrutar y potenciar la interacción con ellos. ¿Cómo habláis a vuestro perros?
Otro elemento fundamental que nos ayuda a esa disponibilidad es la oxitocina. ¡Ay la oxitocina!: llegamos a casa cansados del trabajo, o de fiesta, o de cualquier otro lado o con cualquier otra experiencia. La entrada a casa supone dos explosiones. La primera un torrente de oxitocina que hace que cualquier tensión en el cuerpo, cualquier emoción desagradable… pase en un segundo plano y la segunda, una alta dosis de reflejos para evitar que sus saltos de alegría al vernos nos saquen un ojo. Todo pasa gracias a ellos, a ser momento presente, a tener un aquí y ahora auténtico y gozoso. Nuestra musculatura tensa se relaja y la expresión de nuestra cara muta hacia la sonrisa. “Nuestra relación con los perros se ha hecho tan cercana que ha cambiado nuestra psicología. Interactuar con un perro puede elevar los niveles de oxitocina, beta endorfinas y dopamina, asociadas con el placer y los sentimientos amorosos” (Brian Hare, antropólogo evolucionista estudiosos del comportamiento de los perros y autor de “The Genius of dogs”): total que teniendo perro quién quiere pareja y gimnasio.
¿Y sabéis también cuándo lo notamos, cuándo se revolucionan nuestros sistemas? Cuando nos vamos de vacaciones sin ellos: te sientas en una terraza a tomar algo y como por arte de magia terminas hablando con dos perfectos desconocidos de la mesa de al lado de las maravillas y bondades de tu perro (sistema narcisista), te preguntas si estará bien cuidado, aunque se esté quedando con alguien de absoluta confianza (sistema de regulación psicobiológica) y llamas de 4 a 5 veces para saber su está bien o necesita algo (heterocuidado); el primer día te cruzas con un perro y sonríes y dices “ay mira, un perro, pero mi Bruce es más guapo); el segundo día de cruzas con un perro ya sonríes menos y frunces más el entrecejo y piensas: “ay, estará bien mi Bruce”; y el tercer día ves de lejos a un perro, te abalanzas sobre él y aunque no se parezca en nada a tu Bruce dices: “si es que es igualito a Bruce” y te vas al hotel a hacer las maletas. Sí, nosotros también tenemos ansiedad por separación…
Cosas que hacer para no generar un mal vínculo:
Pero hay algunas cosas que tenemos que tener en cuenta para no destruir este vínculo o no establecer vínculos seguros:
Otras cosas para no debilitar el vínculo:
En mi despacho tengo colgada una foto de Galatea haciendo un slalom. Tanto por su tamaño como por su disposición, es imposible no verla. Ante ella hay distintas reacciones por parte de los pacientes:
Ante los que son indiferentes, nada que añadir. Pero ante los que miran… suelo preguntar, “¿te gustan los perros?” y hay quien responde sencillamente que sí, y no hay más y están los que dicen que no, y no hay más, y están los que me preguntan que qué está haciendo el perro. Y les contesto que para mí es una metáfora de lo que hay que hacer con los obstáculos que se presentan en la vida: sortearlos con elegancia.
Pero a los que miran y sonríen, les digo “es mía”, y aparece una complicidad que les permitirá hablar más delante de lo que les pasa a ellos con los suyos… incluyendo sus pérdidas…
Porque las cosas no terminan cuando terminan…
Un duelo es la perdida de algo valioso y significativo. Tienen muchos apellidos e intensidades, pero un dolor común. El duelo por un ser amado, por una trayectoria de vida truncada por un abandono, por un accidente, por lo que pudo haber sido y no fue… El duelo por un compañero de vida… y aquí, los que hemos tenido como miembro de nuestra familia a un animal, sabemos que nuestra pérdida es del tamaño del vínculo que habíamos establecido con ellos…
He escuchado muchas veces: “no sabía que se podía querer tanto a un animal”, o “no puedo hablar de esto con cualquiera porque no lo entiende”, o “no he visto a llorar a mi padre hasta que murió nuestro gato”, o “no puedo tener otro porque el dolor es demasiado”
Y aún así, como si fuera una competición del querer, decir que se llora por un animal y que se sufre como se ha podido sufrir por la pérdida de una persona, puede tener por respuesta un “si solo era un perro”… Qué atrevida es la ignorancia!!. Pero hace que a veces lloremos bajito y con culpa.
Lloramos la perdida de alguien a quien queríamos, de lo que hacíamos con él, de experiencias, de encuentros… Lloramos el ciclo completo de la vida en muchos casos, porque le hemos visto crecer, a veces desde cachorros incluso, envejecer y morir…
Y no es lo mismo una pérdida esperable que una pérdida traumática
Necesitamos ser escuchados sin juicio, con la empatía de quien acoge lo que sentimos para poder poner palabras a la pena y a la rabia que nos saldrá cuando al comienzo no queramos que nos recuerden la pérdida, sino recuperar lo perdido.
Como todos los duelos llevará sus fases y llevará su tiempo, y si queremos incorporar a un nuevo compañero a casa, no sustituyamos, no nos precipitemos: “clavo que saca a otro clavo está en agujero ajeno”. Es necesario poder comenzar a quererle desde su identidad nueva y darle su oportunidad de que, también en su caso, las cosas no empiecen cuando empiecen, ni terminen cuando terminen, para que tenga un nombre propio.
Carmen López Siller. Psicóloga. Psicoterapeuta. Máster en etología.